La Habana, 16 de abril de 1988.-
Srta. Alicia Liddell,
Universidad de Oxford,
Gran Bretaña. Querida Srta. Alicia: Tengo pocas esperanzas de que esta carta llegue a sus manos, pues hay miles de kilómetros de agua entre la Isla donde usted vive y la mía, que es un poco más pequeña, debo reconocerlo, si bien es una isla también, a fin de cuentas, y las islas debieran quererse unas a otras como hermanas, lo mismo que usted, Lorinda, Carlota y Edith, que son también hermanitas. Hay otra dificultad, y es que mi carta tendría que viajar al revés, no de este sábado, digamos, al miércoles que viene, sino del miércoles que viene a este sábado, lo que resulta bastante complicado, por no decir enrevesado –cosa que no sé muy bien qué cosa sea.
Ayer, viernes 4 de julio de 1862, dio usted un paseo en bote por el río, en compañía de sus dos hermanas y del Profesor de Matemáticas de la Universidad y un amigo suyo. Claro que usted en el mencionado viernes sólo tiene diez años, y el Profesor de Matemáticas - creo que se llama, o le dicen, Lewis Carroll, y su amigo, son sólo personas mayores y amigos de la familia– les propuso a ustedes el paseo porque en realidad se aburre con las personas mayores y prefiere conversar con los niños. No me extraña, porque a mí me pasa lo mismo.
El motivo de estas líneas es resolver una duda que he tenido siempre. Según el libro que escribió el Sr. Lewis Carroll, usted y Lorinda Carlota estaban solas a la orilla del río cuando apareció el Conejo con el Reloj de Bolsillo en el Chaleco y usted no pudo menos que seguirlo por la madriguera abajo hasta llegar al mundo subterráneo – es decir, debajo de la tierra – donde sucedieron todas las Maravillas que usted conoce mejor que nosotros. Pero según declararon más tarde el Sr. Carroll y usted misma, él se limitó a contarle toda la historia sobre el hombro de su amigo, que remaba delante de él, porque usted, mi querida amiga, no lo dejaba tranquilo con sus preguntas sobre lo que venía después en la historia. Le confieso que esta explicación no me satisface. (En caso de que fuese cierta, aprovecho la oportunidad para agradecerle su curiosidad aun que resultara impertinente para el Sr. Carroll.)
No me satisface porque tengo la impresión de que usted sigue corriendo sus Aventuras en el Mundo Subterráneo o en el que está Detrás del Espejo. Lo que añade nuevas dificultades al destino de mi carta. ¿Se la entregará acaso el mayordomo de la Sra. Duquesa junto con ese enorme sobre de Invitación que le vemos en las manos? ¿O puede que la lleve consigo el Caballero Blanco y se le haya olvidado entre una y otra caída? ¡Quién sabe, mi querida Alicia!
Sigo con la impresión de que está usted debajo o detrás de Algo, no sé muy bien qué sea. Pero como es usted una niña de diez años y tan inteligente y cortés y valiente como deben ser todas las niñas, me despido en la incertidumbre de que sabrá salir de sus apuros y, si encuentra un rato libre, de que algún día recibiré su respuesta a estas líneas.
La quiere de todo corazón,
Eliseo Diego
SR. ELISEO DIEGO,
PD.: .Que bueno que me quiera..
Un profesor de matemáticas de Oxford.
Srta. Alicia Liddell,
Universidad de Oxford,
Gran Bretaña. Querida Srta. Alicia: Tengo pocas esperanzas de que esta carta llegue a sus manos, pues hay miles de kilómetros de agua entre la Isla donde usted vive y la mía, que es un poco más pequeña, debo reconocerlo, si bien es una isla también, a fin de cuentas, y las islas debieran quererse unas a otras como hermanas, lo mismo que usted, Lorinda, Carlota y Edith, que son también hermanitas. Hay otra dificultad, y es que mi carta tendría que viajar al revés, no de este sábado, digamos, al miércoles que viene, sino del miércoles que viene a este sábado, lo que resulta bastante complicado, por no decir enrevesado –cosa que no sé muy bien qué cosa sea.
Ayer, viernes 4 de julio de 1862, dio usted un paseo en bote por el río, en compañía de sus dos hermanas y del Profesor de Matemáticas de la Universidad y un amigo suyo. Claro que usted en el mencionado viernes sólo tiene diez años, y el Profesor de Matemáticas - creo que se llama, o le dicen, Lewis Carroll, y su amigo, son sólo personas mayores y amigos de la familia– les propuso a ustedes el paseo porque en realidad se aburre con las personas mayores y prefiere conversar con los niños. No me extraña, porque a mí me pasa lo mismo.
El motivo de estas líneas es resolver una duda que he tenido siempre. Según el libro que escribió el Sr. Lewis Carroll, usted y Lorinda Carlota estaban solas a la orilla del río cuando apareció el Conejo con el Reloj de Bolsillo en el Chaleco y usted no pudo menos que seguirlo por la madriguera abajo hasta llegar al mundo subterráneo – es decir, debajo de la tierra – donde sucedieron todas las Maravillas que usted conoce mejor que nosotros. Pero según declararon más tarde el Sr. Carroll y usted misma, él se limitó a contarle toda la historia sobre el hombro de su amigo, que remaba delante de él, porque usted, mi querida amiga, no lo dejaba tranquilo con sus preguntas sobre lo que venía después en la historia. Le confieso que esta explicación no me satisface. (En caso de que fuese cierta, aprovecho la oportunidad para agradecerle su curiosidad aun que resultara impertinente para el Sr. Carroll.)
No me satisface porque tengo la impresión de que usted sigue corriendo sus Aventuras en el Mundo Subterráneo o en el que está Detrás del Espejo. Lo que añade nuevas dificultades al destino de mi carta. ¿Se la entregará acaso el mayordomo de la Sra. Duquesa junto con ese enorme sobre de Invitación que le vemos en las manos? ¿O puede que la lleve consigo el Caballero Blanco y se le haya olvidado entre una y otra caída? ¡Quién sabe, mi querida Alicia!
Sigo con la impresión de que está usted debajo o detrás de Algo, no sé muy bien qué sea. Pero como es usted una niña de diez años y tan inteligente y cortés y valiente como deben ser todas las niñas, me despido en la incertidumbre de que sabrá salir de sus apuros y, si encuentra un rato libre, de que algún día recibiré su respuesta a estas líneas.
La quiere de todo corazón,
Eliseo Diego
SR. ELISEO DIEGO,
Ya puede estar usted viendo que su carta me llegó. Señor.
La carta pasó cuando iba cayendo por la madriguera del conejo y como en esta caída tengo tanto tiempo para todo; aproveché de acogerla y de leerla.
Hoy es viernes 27 de enero del 2006. Está de cumpleaños el pajarón Dodo.
Ya he crecido pues en este momento no soy lo que era hace otro momento; así es que su carta viajó por donde usted no lo esperaba. Me llegó por el conducto equivocado. Pero llegó.
En este momento soy adulta y trato de responder como niña y es posible que cometa alguna incoherencia, pero como creo que usted también se devana los sesos en responder si en este momento soy adulto o adúltera, le responderé lo que pueda decir coherentemente.
Yo no sé bien lo que usted trata de hacer al comunicarse conmigo. Algo parecido ya han hecho otros antes, pero Ud. es el primero que me dirige la palabra en forma tan directa y respetuosa.
Ya puede ver usted donde me tiene la curiosidad. Cayendo junto a otra niña que se llama Lolita, la que mira como adulta porque dormía con su adulto. No la entiendo.
Ahora mismo me pregunto y siento que me hincho en los pechos y me salen bellos por donde no sabía que pudiera crecer bello. Ella me lo explica. También puedo como ella dilatar las aletillas delgadas de mi nariz respingada. Y puedo adivinar lo que veía el reverendo Dodgson cuando me dejaba quieta para mirarme largo rato a través del lente de su aparato.
Él era, tímido y remilgado y trabado como niño perpetuo, era un hombre que no tiene vida. Vive aparte del mundo y del contacto humano normal, era casto, inmensamente respetuoso y morirá virgen. Será su dominio perdido. Ahora mismo debe estar en eso.
Debe saber, Señor Eliseo que en estos momentos lo importante no es el destino de su carta si no el destino de mi respuesta.
Sepa usted que cuando el reverendo nos contaba las historias, yo efectivamente casi en forma impertinente le decía que continuara, porque las historias no terminan cuando alguien cierra la boca, prueba de ello es que también ha pasado por esta caída la carta del Sr. Teillier de Chile comentando mi relación con el reverendo en esa barca de aquella tarde. Señal de que la historia no termina.
Cuba ,entendiendo, es la isla donde Ud. vive, según me dice en su carta.
Chile es un país que también es como una isla como Inglaterra y está rodeado por las cordilleras, mares y desiertos. Para que usted entienda señor: el sentido de isla no lo da siempre el que esté rodeada de agua como UD. cree. También es isla el agua rodeada por el cristal del vaso y esta cavernosa madriguera de textos por los que también cae mi hermana mayor. Incluso una misma puede ser una isla o gruta siempre que conozca todos sus contornos. Incluso más; se es isla cuando se está rodeada de malos compañeros, como dice don Gepetto. Sí señor; el mismo que se tragó la ballena.
Creo que estoy siendo incoherente pero tengo algo entre mi curiosidad y mis deseos que no puedo controlar y me expele a hablar incoherencias. Yo creo que es mi edad confusa. Me siento deseosa y no sé de qué. Ha pasado por aquí también un niño Peter Pan pero que en verdad dice que se llama Peter Llewelyn-Davies y que ya tiene 36 años pero no crece. No se ha dado cuenta de que le pisé la sombra y ahora mismo está en eso. Buscándola. Pero el Peter Llewelyn ya pasó por aquí con muy mal aspecto.
Efectivamente aún sigo cayendo por las páginas de esta madriguera. Lo más terrible es que no termino de caer con su sombra pegada en el zapato. Trataré de salir de este apuro que me tiene tan complicada aquí en el estómago. No sé si es la sensación de caída permanente. Aquí señor, me parece que hay un gato encerrado.
Los pacientes que alguna vez estuvieron con sus médicos ahora son impacientes. Quieren saber de las expectativas de posibles enfermedades por negligencias médicas que se pueden producir al final de la última página de un relato.
Espero salir prontamente de esta incertidumbre cuando llegue al último episodio.
Hay señores que son poetas y les ha dado por escribir acrósticos con mi nombre. Ya no soy niña soy mi circunstancia.
No sé por qué le cuento esto. Pero creo que sería necesario que sepa que aquí en la caída más de alguno padece de vértigo, mareos y dolores de cabeza o indisposiciones...son las faltas a la ortografía.
Los médicos aquí ya fueron dados todos de baja, porque este es el reino gramatical que cae y no hay nada quieto. Por lo tanto no se pueden hacer entierros lingüísticos, si no levitaciones semánticas y lo que es peor: aquí no existen enciclopédicos cementerios. Tampoco se pueden hacer supuestos teóricos, excepto admitir lo que pasará cuando termine de caer. Para confirmar la regla.
Por lo cual aquella Alicia Lidell que murió a los 85 años de edad aquí no ha llegado.
Sé, a pesar de pensar en mi trébol de cuatro hojas del bolsillo de mi delantal, que seré en esta parte que me tocó caer, la muchacha-mala de la historia por no volver a casa en forma oportuna. Pero yo no soy esa que cuenta el cuento si no la que merodea en la lectura de algún niño-amigo.
Ha sido un gusto responder su carta. Espero que haya sido satisfecho en sus dudas y sepa algo más de mí ahora que soy adulta, como dijo la mariposa refiriéndose a la oruga.
Saludos cordiales, Alicia PD.: .Que bueno que me quiera..
Un profesor de matemáticas de Oxford.
El reverendo Dodgson.
Ligeramente tartamudo y zurdo
nos deja en la cuarta casilla de su mundo.
Allí,
para el unicornio somos monstruos fabulosos
y se oye el ruido de armadurasde caballeros
que piensan mejor cuando están cabeza abajo.
que piensan mejor cuando están cabeza abajo.
El señor Dogson pasea con tres niñas
tal vez sueña fotografiarlas desnudas
pero estamos en el siglo XIX, en plena Era Victoriana
y solo se contenta con escribir cartas festivas
con narrarles historias sobre el otro lado del espejo
y ver fluir sus tiernos rostros en el atardecer de una barca.
El nombre de Alicia significa ahora Aventura
Y cuando lleguemos a la octava casilla
empezaremos a ser reyes
en un juego que ya no vamos a olvidar.
(Jorge Teillier)