Por la cresta de la primera ola va una fotografía que es mi hermana. Está posando con veintidós años, convertida en la Sra. Hargreaves.
El rictus de la soberbia y del poder sobre el sexo, va en su catadura y se parece a mamá sobrevolando la cama de los dormitorios de papá, que son naves a la espera del mejor viento en un puerto. Después de esa fotografía hay una caligrafía:
El rictus de la soberbia y del poder sobre el sexo, va en su catadura y se parece a mamá sobrevolando la cama de los dormitorios de papá, que son naves a la espera del mejor viento en un puerto. Después de esa fotografía hay una caligrafía:
11 de marzo de 1885.
Mi querida Sra. Hargreaves:
Me temo que esta carta se le antojará algo así como una voz salida de la ultratumba, después de tantos años de silencio.
Pero a pesar de esos años yo no aprecio ninguna diferencia en la claridad de «mi» memoria de los días en que nos comunicábamos. Ahora sé por experiencia, cuán frágil es la memoria de un hombre de mi edad en lo que se refiere a nuevos acontecimientos y amistades (por ejemplo, apenas si han transcurrido unas semanas desde que conocí a unos amigos, entre ellos una lindísima pequeñita de unos doce años con la que paseé, y ¡ahora no puedo recordar ninguno de sus nombres!), pero mi imagen mental de la que durante tantos años fue mi niña-amiga ideal, es tan vívida como siempre. Montones de niñas-amigas he tenido desde entonces, pero han sido cosas bien diferente.
Mas si me he puesto a escribir esta carta no es para contarle todo eso. Lo que yo deseo preguntarle es: ¿Tendría UD. algún inconveniente en que se publicase en facsímil el manuscrito original del libro de Aventuras de Alicia (que supongo todavía posee)? La idea se me ocurrió precisamente el otro día.
Si después de considerarlo, llega usted a la conclusión de que preferiría que así no fuese, el asunto se da por terminado. Si por el contrario, su respuesta es favorable, le quedaría muy agradecido si me lo enviase (por correo certificado sería, supongo, lo más seguro) para que yo pueda considerar las posibilidades. Hace veinte años que no lo he visto y no estoy nada seguro de que las ilustraciones no resulten tan calamitosamente malas que sería absurdo reproducirlas.
No cabe duda de que al publicarlo, se me podría acusar de grosero egoísmo. Pero eso no me preocupa lo más mínimo, porque me consta que no es ese el motivo que me anima a hacerle esta petición; lo único que pienso es que, teniendo en cuenta la extraordinaria popularidad obtenida por ambos libros (hemos vendido más de 120.000 ejemplares de los dos), debe haber muchas personas a quienes gustaría ver la forma original
Siempre su amigo
C. L. Dodgson.
La fusa: - De Alicia en esa foto a los 27 años,
LORENA, al temblor de la cresta de las espumosas olas, comenta:
Después de conocer la madriguera, los ojos de mi hermana han dejado de brillar
El rostro dibuja una expresión de dominio sobre sí.
La mirada marcadamente intensa, hosca. Cierra su lectura.
La boca pequeña y firme, sin sonrisa, es insolente, pues no la ve papá.
Lo femenino se trasluce con niveles semánticos distintos.
La fuerza interior del alma es ya la fuerza terrenal.
La posición de sus manos al tomar la bata es altiva.
La mano en la cadera marca la comarca de donde viene la altivez.
La expresión del rostro es dura vanidad.
Es evidente que el sueño de la tarde de verano se ha esfumado.
El arco de las cejas tiene la curva de la pedantería.
La que allí está ya no podrá atravesar espejo alguno.
Ésta que vemos aquí, nos impide recordar a la manera de un sueño,
divagar a través de sus ojos y a nosotros viene su mirada de fastidio y desdén.
¿Entonces, si ella no es posible, por qué persisto en caer sin olvidarla?
Carrol del día:
No está aquí el dominio de la claridad y la franqueza
Aquí concurre; el aturdido negro de la oscura cámara.